Hablar de la experiencia del vacío es todo un desafío. En lugar de enfrentarlo, muchas veces quizás ‘le sacamos el cuerpo’, es decir, evitamos experimentar el vacío porque nos resulta naturalmente incómodo.

La propuesta que subyace a estas líneas es desmitificar la experiencia del vacío como si fuese algo terrible o insoportable, para no huir de ella intentando —inútilmente— taparla con diversas distracciones, sino mirarla desde una perspectiva reflexiva, de observación serena y aceptación ya que, por un lado, es una experiencia humana universal e inevitable y, por otro, estoy seguro que podemos sacar provecho de ella para nuestro desarrollo personal.

VACIO ILUSORIO Y VACIO PLENO

Para entrar en contexto, tenemos que decir que hay un vacío que es ilusorio, lo que uno comúnmente se supone que es el vacío y que, por eso, muchas veces tendemos a escapar, a huir de él, a distraernos… El vacío ilusorio se relaciona con la idea de que el vacío es una suerte de ‘nada’. ¿Cómo entender esto? Sin necesidad de irnos directamente a un plano netamente metafísico, pensemos qué pasa cuando intentamos matar a un mosquito o una cucaracha o cualquier otro insecto. La experiencia es la misma. ¡No se deja matar! Entonces, todo ser vivo, aunque no tenga uso de razón ni conciencia, huye del ‘dejar de ser’, de lo que siente como amenaza para su existencia, intenta preservar su vida, se esfuerza por seguir existiendo. Algo similar pasa con nosotros, cuando identificamos el vacío con la nada. Podríamos pensar, ‘Bueno, si experimentar el vacío significa que voy a dejar de ser, que voy a dejar de existir, entonces no quiero experimentarlo’.

Hay, sin embargo, otro modo de entender al vacío, relacionado con la experiencia de la finitud, en primer lugar, y con la observación desapegada, en segundo lugar. A este vacío podemos llamar ‘vacío pleno’, pleno de significado, del cual adquirimos un nuevo sentido y propósito. Cuando entramos en la experiencia del vacío pleno tocamos fondo y experimentamos que la realidad es finita, limitada y limitante para nuestras ilusiones mentales. Después de esta experiencia del vacío como finitud, resurgimos renovados, distintos. Metafóricamente, esta experiencia está bien representada en aquella célebre escena de El Señor de los Anillos, en la que Gandalf, enganchado por el látigo del Balrog, cae junto con él al abismo y, pese a ello no murió, no fue aniquilado en el vacío, sino todo lo contrario. De allí resurgió un nuevo Gandalf, más humano, incluso, que antes de esta experiencia, más tolerante y mucho más sabio. A esto me refiero con vacío pleno, o bien, el vacío como experiencia transformadora, transforma porque a partir de esta experiencia tomamos contacto con nuestra propia finitud, y de ello surge un viraje en nuestras vidas, un cambio de orientación y un nuevo propósito.

Es necesario aclarar que, aunque estamos empleando la palabra vacío, esta segunda experiencia nada tiene que ver con el supuesto ‘vacío’ de la depresión. Mal llamado vacío, porque, en realidad, en la depresión no hay vacío, sino todo lo contrario, la persona deprimida está llena de pensamientos negativos que bombardean su mente, del tipo ‘Soy un fracaso’, ‘No sirvo para nada’, ‘Mi vida no tiene sentido’, ‘Soy una carga para los demás’, etc. Entonces, la depresión aunque parece un vacío, en realidad es la consecuencia de un exceso de pensamientos automáticos negativos, y creencias negativas en relación al presente y al futuro —lo que lleva a la desesperanza, típica de la depresión—.

En contraposición al mal llamado vacío de la depresión, está el vacío pleno del Mindfulness —la observación desapegada— que consiste en una amplitud de la conciencia, una conciencia que se vacía de pensamientos inútiles y nocivos para dar lugar a una conexión directa con la experiencia, aquí y ahora, desde la observación atenta y la aceptación. Evitamos, así, estar forcejeando con la realidad porque rara vez ésta se adapta a nuestras expectativas. El vacío de la conciencia plena o Mindfulness es apertura y aceptación de la experiencia tal como se manifiesta en este momento. Y esto no es una simple resignación, sino un nuevo modo de relacionarnos con la experiencia, en la que cambiamos exigencia por compromiso, juicio por apertura, evitación por presencia.

LAS TRES MARCAS DE LA EXISTENCIA

En relación a la segunda acepción del vacío, la Filosofía budista distingue tres maneras de experimentar la finitud. El primer rostro del vacío como finitud es la insatisfacción —en pali se dice Dukkha—, que es parte de toda experiencia humana. Por ejemplo, estás comiendo algo riquísimo pero en algún momento o se te acaba o hay algo en el proceso de degustar que dice algo así como, ‘Bueno, le falta tal cosa’. Y siempre hay insatisfacción para el Ego; éste es uno de los rostros del vacío.

El segundo rostro del vacío como finitud es Anicca, la impermanencia. Las cosas tienen un periodo determinado y caducidad, por más bellas y buenas que nos parezcan. Mis alumnos de Filosofía en ocasiones me malinterpretan. Me dicen, ‘Profe, Usted no cree en el amor’. Como si amor fuese sinónimo de amor eterno. Yo les pregunto, ‘¿Ustedes creen en el amor eterno?’, algunos dicen que sí, otros que no, aunque la mayoría dice que sí. Bueno, digamos que las creencias cumplen su función; son partes de cómo funcionamos como seres humanos; no podríamos carecer completamente de toda creencia. Otra cosa es aceptar el hecho de que todo tiene un límite, hasta lo más bello y bueno.

El tercer rostro del vacío como finitud es Anatta, la insustancialidad. ¿Qué hay detrás de la apariencia de solidez que observamos en las cosas del mundo? De acuerdo a la física cuántica, no sólo todo está compuesto por átomos, sino que éstos están compuestos por partículas, y las más pequeñas de estas partículas —los electrones— a su vez están compuestos por elementos que a veces se comportan como ondas, a veces como partículas —los quanta—. Por lo tanto, todo está en constante movimiento y cambio. Y si consideramos, además, que entre los electrones y el núcleo del átomo —compuesto por protones y neutrones— hay una distancia equivalente a varios kilómetros, entonces, ¿dónde está la solidez de las cosas del universo? Ni hablar de la idea que tenemos de nuestro yo, o ego. Éste no es una cosa sólida ni una sustancia, sino un conjunto de creencias, recuerdos y hábitos. Por tanto, ni en el plano físico ni el plano mental no existe nada sustancial, sólido, estático, constante. La solidez y la permanencia no son realidades fácticas, sino una ilusión de nuestra mente.

UNO ~ EL VACÍO COMO DESILUSIÓN

En el caso del Uno, concretamente, la experiencia del vacío surge ante la desilusión. Antes que nada, el Uno se hizo una expectativa de la realidad que está marcada por el deber ser, de acuerdo a sus propias convicciones, creencias e incluso sus propias preferencias convertidas en exigencias racional o moralmente justificadas. Por otro lado, el Uno constata que la realidad muy pocas veces satisface sus deseos y expectativas. Entonces cae en la desilusión.

Paradójicamente, la desilusión para el Uno es algo positivo. Que el Uno vaya transitoriamente al punto punto 4, a la angustia y la tristeza de la desilusión, puede ser una experiencia de transformación, si es que logra darse cuenta que tal desilusión ha sido creada por su propio Ego, y que no habría desilusión si no hubiese una ilusión previamente creada por éste. Cuando el Uno adquiere este aprendizaje, este darse cuenta —insight—, surge para él/ella la posibilidad de poner fin a tanto sufrimiento innecesario.

La palabra clave en este proceso de transformación para el Uno es ‘aceptación’. Cuando el Uno abandona la intención de control y la exigencia rígida, se permite disfrutar de la experiencia, se permite simplemente vivir como un ser humano de carne y hueso; cambia ilusión-desilusión por conexión-disfrute. Y así, surge un Uno transformado; menos perfeccionista, tenso y crítico, obsesionado con la ilusión del control, y más sereno, relajado y con capacidad de disfrute.

DOS ~ EL VACÍO COMO DESESPERACIÓN

Doy, me sacrifico; a cambio espero amor incondicional y verdadero; no lo consigo, me desespero, me violento.

El Dos, a partir de no poder distinguir frecuentemente entre amor e idealización, vive el vacío con desesperación violenta, tal como nos muestra el Eneagrama en la flecha que va del punto 2 al 8. Si soy un Dos, me siento desesperado porque no puedo controlar esto que llamamos amor, y eso me hace sentir desesperado, y en consecuencia me vuelvo violento cuando en mi desesperación intento forzar al otro para que me ame, a veces con manipulaciones seductoras, a veces con violencia explícita; lo que termina en sentimiento de culpa, seguida de inflación del orgullo. Y la cadena continúa con posteriores idealizaciones y relaciones insatisfactorias, codependientes y en última instancia, tóxicas.

En el fondo, al intentar controlar, manipular el amor, terminamos matando a nuestro propio corazón. Cuando el Dos toma conciencia de esto, ocurre una transformación en su interior. Por fin ha descubierto que el amor es ‘algo’ que no se puede controlar, porque su naturaleza misma es la Libertad —idea transcendente del punto Dos—, la voluntad de hacer el bien, sin reclamos a cambio. Y así, de esta experiencia transformadora, surge un Dos menos seductor y egocéntrico, más humilde, consciente de sus propias necesidades afectivas, y más libre para dar sin generar ataduras.

TRES ~ EL VACIO COMO CINISMO

En el Tres se manifiesta especialmente la tercera cara del vacío que menciona el budismo, Anatta, la insubstancialidad del Ego. El Ego parece ser algo sólido porque estamos identificados con la imagen que nos hemos construido de nosotros mismos, a fuerza de creencias, hábitos, supuestos y reglas internalizadas, etc., que venimos acumulando por décadas. Sin embargo, pensémoslo bien, nada de esto estaba presente en nosotros cuando nacimos. Es decir, imaginémonos en el momento del nacimiento. ¿Qué es lo que en ese momento podríamos llamar Yo? No ese conjunto de creencias, hábitos, supuestos, recuerdos… que llamamos Yo; al nacer no teníamos nada excepto nuestro cuerpo mismo. Entonces es imposible que todos esos contenidos mentales mencionados sean constitutivos de quiénes somos, sino que son las piezas de ese gran constructo de nuestra mente que llamamos Ego y que nos parece algo sólido, casi tan sólido como nuestro cuerpo. No obstante, ni siquiera nuestro cuerpo es realmente sólido y estable. Toda la realidad que vemos y tocamos parece sólida, cuando no lo es, en verdad, sino cambiante y porosa; un enjambre de partículas y ondas subatómicas. Mucho menos sólido y estable que el mundo material es el Ego, un constructo de la mente.

Cuando el Tres toma conciencia de la insubstancialidad del propio Ego, toma contacto con la experiencia de la propia muerte, simbólicamente hablando. Lo cual es en sí misma una experiencia transformadora. Ante la muerte, ¿dónde queda la exigencia y el mérito, lo que me hace ser especial por el titánico esfuerzo de construirme a mi mismo como alguien valioso, capaz, competente, aceptado y hasta envidiado socialmente? Todo esa exigencia narcisista —para decirlo en breves palabras— se desvanece en el aire como humo. Esa es la experiencia transformadora que implica ver a la cara a la propia vanidad, lo vano, lo insustancial de mi Ego, lo que no consiste de mayor solidez que la que le otorga la ilusión de mi mente, desconectada de la realidad.

Mientras el Ego transcurre su existencia sobre las olas de la vanidad, su vida transcurre en una suerte de hiper materialismo cínico —representado por la flecha al punto Nueve—, con rutina, inercia y mecanización de la vida, en la que los logros ostensibles, visibles, constituyen una compensación del vacío existencial y la desconexión respecto de lo que realmente confiere sentido y pasión a su propio corazón. Pero ahí está la autentica liberación para el Tres, lo que le permite salir de su propia jaula de identificaciones, idealizaciones y creencias. Reconocer la insubstancialidad del ego es lo que le permite vencer el temor a desidentificarse con él para dejar aflorar la autenticidad —virtud— que habita en su interior, en armonía con el universo —idea transcendente—. Libre de la máscara, el Tres deja traslucir espontáneamente al auténtico Sí-Mismo —representado por el círculo, el arquetipo de la Totalidad—. Desde este funcionamiento superior —no egoico— después de resurgir de la experiencia del vacío, el Tres es distinto, más humano, auténtico, empático.

CUATRO ~ EL VACÍO COMO CESE DEL DRAMA

Es típico en los Cuatro experimentar su vida como una pequeña barca —no cualquier barca, por supuesto, una barca pequeña pero ‘especial’— a merced de la inclemencia de las olas del mar, en medio de una tormenta. Es como si el drama diera impulso a la vida del Cuatro, y ese drama se proyectara de un modo u otro en sus relaciones y vínculos. La queja, el rol de víctima, el sufrimiento, ‘¿Por qué a mí? ¡No me merezco!’. Es agotador vivir así, incluso para los Cuatro, como ellos mismos frecuentemente lo expresan durante el proceso terapéutico. Y qué bueno cuando, después de ‘tocar fondo’, se dicen a sí mismos: ¡Basta! Basta de drama, basta de victimizarme, basta de sufrir innecesariamente.

Decir ‘basta’ al drama innecesario, empero, se experimenta con gran angustia en los Cuatro, porque hacerlo implica abandonar la identificación con el Ego-Drama, y ello implica el desafío de aceptar los sufrimientos de la vida como parte de la vida misma, no como un signo de ‘ser especial’ por sufrir más que los demás —la comparación negativa es parte causa del sufrimiento y del drama—.

Cuando el Cuatro está identificado con el drama, los demás, las personas que lo aman se ven en la obligación, muchas veces, de intentar ‘motivarlo’, o a lo sumo ayudarlo a ‘levantarse’ y a salir del pozo emocional en el que pareciera estar cómodo. Abandonar el drama implica aceptar el sufrimiento como parte de la existencia de un ‘ser humano común y corriente’. Entonces el Cuatro, sin drama, respira sereno y ecuánime —virtud— y así puede reorientar su atención a la fuente de energía, motivación y creatividad que habita en su interior —su propia partícula del Big-Bang, el Origen, su idea transcendente—. Habiendo atravesado la experiencia del vacío como punto final del drama, ya no necesita depender de relaciones tormentosas ni de fuentes externas de motivación. Surge un nuevo Cuatro, más adulto, realista, comprometido con su propia vida —representado por su flecha al Uno—.

CINCO ~ EL VACÍO COMO AVIDEZ

Como bien indica su flecha el Siete, el Cinco, de un modo u otro, más o menos explícito —y casi siempre bien justificado— busca escapar de la experiencia de vacío, alejarse, tomar distancia y, al mismo tiempo, acumular y conservar.

La experiencia del vacío para el Cinco puede compararse a la imagen astronómica del agujero negro —lo opuesto al Big-Bang que mencionamos en el punto Cuatro—, el cual surge como un resabio de la explosión de una estrella, de una supernova. El agujero negro es quizás la imagen que mejor representa la avaricia, o la avidez humana siempre insatisfecha —uno de los denominados venenos del alma en el Budismo, junto con la aversión y la ignorancia—. Algunos Cinco se esfuerzan por distanciarse y conservar recursos, tiempo, energía, autonomía; mientras que en otros el automatismo del Ego se experimenta como una fuerza centrípeta que intenta llenar un pozo sin fondo, ‘Más, quiero saber más, quiero saber más…’ El agujero negro también representa la tacañería, en cuanto no permite que ni un mínimo rayo de luz escape de sus voraces y oscuras fauces.

Permitir y, más aún, cultivar el fluir de la energía que entra y también sale, el compartir, la retroalimentación, he ahí el camino de transformación para el Cinco. En lo personal, me llevó muchos años aprender esto. Y creo que la experiencia de reclusión, literal, fue necesaria en mi propia experiencia para tocar fondo y resurgir con una mirada diferente.

SEIS ~ EL VACIO COMO COMPENSACIÓN

En el Seis el vacío se manifiesta como una tendencia a demostrarse a sí mismo ‘Yo puedo…’ en diversas áreas de la vida —como lo expresa su flecha al Tres— como un intento de compensar su miedo a quedar desvalido, su inseguridad y desconfianza en las propias capacidades.

La palabra fe —lat. fides, confianza— expresa una de las claves de la transformación del Seis. La experiencia de la confianza es similar a dejarse caer, dejar caer el peso del propio cuerpo sobre una base, soporte o sostén suficientemente fuerte para soportarlo. Entonces, la confianza se siente como un descanso, relajación, un cierto soltar el control y desactivar los sensores de alerta. La confianza es la condición de posibilidad de la manifestación del Ser o Esencia, nuestro auténtico Sí-Mismo, que está en conexión constante con todas las demás cualidades de lo que llamamos la mente iluminada o el funcionamiento mental superior —tema que trataremos en otra oportunidad—; entre las que destacan el amor y la esperanza.

A veces se confunde la confianza con una mera sensación. Sin embargo, podemos decir que la confianza es ante todo una decisión, similar a saltar, dejarse caer, apostar a… Por eso, necesariamente, el que confía también ama y espera. Y el que no confía, tampoco ama ni espera. ¿Y qué hacemos cuando no confiamos, ni amamos ni esperamos? Vivimos a merced de la tiranía del Ego. Intentamos compensar la inseguridad y el vacío interior con ‘pruebas’ externas de que ‘Yo puedo’, logros. O bien, buscamos seguridad externa —los maestros y gurúes de todo tipo muy tentadores como fuente de seguridad—. Sin embargo, ningún soporte externo —ningún logro, ni maestro o gurú— puede sustituir la decisión que llamamos confiar. Cuando el Seis comprende esto, experimenta una transformación que lo lleva a permitirse fluir con la existencia misma, habiendo experimentado la diferencia entre control y seguridad, entre circunstancia —o soporte externo— y confianza como decisión.

SIETE ~ EL VACIO COMO CHOQUE CONTRA LA REALIDAD

Para volver a las metáforas astronómicas, la estrella fugaz representa bien al Siete. Tiene que ver con la idealización. Cuando uno ve una estrella fugaz, suele pensar en ‘Soy afortunado; debo pedir un deseo…’ —normalmente, algo difícil de conseguir—. Su flecha al Uno indica la fuga del Siete hacia la idealización, la exigencia y la tozudez.

Sin embargo, toda ilusión implica —tarde o temprano— una desilusión segura. La estrella fugaz es portadora de magia; en sí misma es un cuerpo celeste errante, que no halla reposo —lo que nos recuerda a la ansiedad y aceleración típica del Siete—, y que quizás un día choque con otros cuerpos celestes, lo cual es altamente probable porque no está sola en el universo, sino que hay innumerables otros cuerpos celestes que también están en movimiento. En el caso del Siete, en ocasiones, cual estrella fugaz, la magia y la ilusión se acaban con un estruendoso choque contra la realidad. Cuando el Siete toca fondo, toda la positividad compulsiva —que en el fondo es un escape— da lugar a una crisis y, por lo tanto, una oportunidad de crecimiento.

Cuando el Siete logra reconocer la ansiedad en sí y sus múltiples manifestaciones —la mayoría de las veces positivas, encantadoras, atractivas— experimenta un saludable quiebre que lo invita a bajar de la fantasía a la realidad, de la idealización y el capricho a la moderación y el compromiso.

OCHO ~ EL VACIO COMO IMPOTENCIA

Pensar en la experiencia de vacío del Ocho es pensar en algo contrario a la imagen de fortaleza, seguridad y dominio de las situaciones, típicas del Ego en este punto del Eneagrama. Pensemos que la idea trascendente del Ocho es lo que llamamos Verdad, y en este punto del Eneagrama encontramos una desmesurada mentira. El ser humano no tiene control de nada, excepto de sus propias decisiones. No podemos controlar las contingencias porque somos seres finitos envueltos en un entramado de causas y efectos, circunstancias cambiantes y condicionamientos de distintos órdenes. ¿Soy fuerte? ¿Tengo el control de mi propia vida? ¿Construyo mi propio destino? ¿De verdad? Sólo el Ego es capaz de responder afirmativamente a estas preguntas existenciales que nos conducen a experimentar nuestra propia fragilidad e impotencia. Si algo nos ha enseñado la evolución, es que la flexibilidad y la capacidad de adaptación, y no la fuerza ni la dureza, es lo que más favorece a nuestro presente y porvenir.

Especialmente a los Ocho les desagrada conectar con la fragilidad y la impotencia. No la toleran en sí mismos y tampoco en los otros. La ternura y la compasión, para el ego poco trabajado, es cosa de perdedores, y no un camino hacia el desarrollo personal —como lo es en realidad—. Bajo estrés el Ocho huye a su guarida, corta lazos, los otros son débiles, y si hay otros fuertes no son confiables. En su flecha al Cinco, vemos al Ocho adoptar actitudes de retraimiento social, reclusión y un gran cartel que dice, ‘¡No molestar!’ expresado en lenguaje gestual, cuando no verbal.

Y como suele pasar, aquello a lo que más le tememos suele aportarnos mayor aprendizaje. Aceptar la impotencia y la fragilidad es para el Ocho una experiencia transformadora. No simplemente sentirlas, sino aceptarlas. Hay una gran diferencia. De allí surge un Ocho más compasivo y auténticamente feliz.

NUEVE ~ EL VACIO COMO DESPERTAR

Antes del despertar, el Nueve se siente profundamente desorientado, y experimenta el pánico —flecha al Seis— de tener que reconocerse como un ser valioso en sí mismo, y no valioso por simplemente amoldarse a las exigencias del entorno. Un Nueve que conocí hace un tiempo, en cierta ocasión se mofaba de la metáfora de origen espiritual o místico, bastante conocida, que dice ‘Somos seres de luz’. Y claramente suena ridículo pensar eso si tomamos el sentido literal de las palabras. Él decía, ‘Yo sólo veo carne, mi cuerpo’ —mientras comía—. Y no se trata aquí de justificar el dualismo filosófico-antropológico que distingue alma y cuerpo en contraposición al monismo evolucionista de la ciencia contemporánea. Se trata más bien de ir más allá de la metáfora, hacia la experiencia interior —mucho más interior que la digestión, por cierto—. Se trata de trascender, mediante la mente, las impresiones sensoriales para capar el sentido de lo que significa ser ‘algo’ más que mera carne, huesos, sangre, nervios e impulsos electroquímicos.

En la Teogonía de Hesíodo (s. VIII a.C.) tanto el mundo como la luz en él surge del oscuro abismo. El Nueve representa la experiencia humana que transita su despertar como una transición desde la oscuridad de la ignorancia, el materialismo, y el olvido de sí, hacia el reconocimiento del auténtico Sí-Mismo, más allá de las máscaras del Ego, en una experiencia similar al ‘vivo amanecer’ —para usar la expresión del Almaas—. Es una experiencia, por cierto, muy difícil de poner en palabras…

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En último término, independientemente de nuestro estilo de personalidad predominante, el Eneagrama nos invita a despertar, a desidentificarnos con nuestras máscaras o Egos, y a reconocernos en la experiencia del vivo amanecer. Ciertamente no podemos forzar esta experiencia, pero sí podemos predisponernos a ella. Ese es justamente el sentido de aceptar la experiencia del vacío pleno, y observarnos a nosotros mismos, en lugar de escapar o intentar distraernos. Paradójicamente, la transformación en nosotros ocurre no cuando evitamos y escapamos, sino cuando tocamos fondo y resurgimos.

 

Marcelo Aguirre

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